La oración y los ratos de sagrario que pasemos de cara al Señor le dan sentido y prioridad a todo lo que hagamos en el día de manera que ya no soy yo, es Cristo quien vive en mi, y no soy yo el protagonista de lo que hago en mi vida sino que es el descubrimiento que todos los días hago en el Señor el que me renueva por dentro y me transforma por fuera. Por los frutos los conoceréis....
La identidad del cristiano no se determina pues por donde esté metido ni por el grupo al que pertenezca, sino por los ratos en los que se deje de transformar por el Señor y por los que gaste porque otros también lo conozcan. Todo servicio apostólico o compromiso cobra su sentido más pleno cuando en él está el Señor. Hoy en día el Señor se sigue valiendo de todo aquel que se pone a tiro y quiere cambiar su vida por hacer que otros conozcan al Señor y den sentido a su quehacer diario. El esfuerzo que requiere el cambio en uno es titánico y no deja de ser muchas veces un sinsentido que dá todo el sentido del mundo en nuestras vidas.
No dejo pues de dar las gracias a Dios por haberme elegido y le pido como dice la lectura que me haga sencillo y humilde en mi caminar......
En aquel tiempo, Jesús exclamó:
-Te doy gracias, Padre, Señor de cielo y tierra, porque has escondido estas cosas a los sabios y entendidos, y se las has revelado a la gente sencilla. Sí, Padre, así te ha parecido mejor. Todo me lo ha entregado mi Padre, y nadie conoce al Hijo más que el Padre, y nadie conoce al Padre sino el Hijo, y aquel a quien el Hijo se lo quiera revelar.
Mt 11,25-27
Jose María Jiménez.
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